jueves, 13 de abril de 2017

Brasil acalla a todos para alzar su décima Copa América

Argentina 2-4 Brasil || La selección de PC de Oliveira remonta un 2-0 en un estadio Aldo Cantoni con más de 8.500 gargantas hostiles y recupera la grandeza de sus mejores días con nombres menos ilustres. La llegada de la prórroga constató que la albiceleste, al margen de llevar el parche de haber campeonado en el mundo, todavía debe mejorar en la gestión de los minutos calientes. Ahí se arrodilló ante la que siempre fue y será su bestia negra (fotografías: CONMEBOL y AFA).


La Argentina se preparaba para su fiesta mayúscula. Había llenado sistemáticamente el pabellón en el que se alojó la XII Copa América, esta vez en la región de San Juan, en casa, y todo parecía narrado para que la selección de Diego Giustozzi sacara todo el pecho que le quedaba ante su archienemiga Brasil, de largo los dos únicos conjuntos que propusieron calidad en el certamen. Nada ni nadie parecía evitar que ambos llegaran a la final, como bien se desarrolló al fin. Dicho esto, Argentina tenía todo de cara: su público, el ambiente y hasta los papelitos que retrasaron el inicio del choque unos 20 minutos. Parecía una trampa vista la chiflada que los espectadores dedicaron al himno visitante desde el primer momento.

Aquel ambiente invitaba a volar a uno mismo, y en la primera que pudo a Rescia le crecieron dos alas gigantescas para planear y contagiar a toda su afición. Recibió un balón elevado de Borruto y su corte por el centro no encontró más oposición que Guitta, al que superó con una vaselina exquisita. Era el delirio, como se demostró en la celebración, en la que el 5 argentino no supo otra cosa que estallar de júbilo. La cosa fue a más, y es que el local estaba entusiasmado consigo mismo. Obligó al cancerbero verdeamarelho a actuar de forma continua, pero más tarde le llegó el turno a Nico Sarmiento de sacar sus extremidades a pasear. Hubo pocas oportunidades, certeras todas ellas para el disfrute de la asistencia.

En la segunda parte fue la corte de PC de Oliveira la que debió salir a la cancha a resolver el entuerto. El juego de pívot y las pisadas son claras muestras brasileñas que debían salir a relucir, y ahí embotelló a su oponente a base de fuerza, pero sin acierto. Esta nueva selección no tenía ni tantos nombres ni tanta experiencia como otras, pero seguía siendo temible en cualquier circunstancia. Lo cierto es que a punto estuvo de empatar en el segundo palo si no fuera porque Borruto maquilló un fallo de Cuzzolino y recuperó la pelota en cancha propia. En ese momento se sintió avión y casi en línea recta condujo hasta la frontal contraria sin importarle lo más mínimo quién salía a su paso. Al llegar a la orilla trianguló con Cuzzolino y volvió el éxtasis. El 2-0, a falta de siete minutos para el final, acercaba la copa.


Sin tiempo para ajustes, Leandro Lino se puso la camiseta del juego de cinco y a la primera besó Brasil. Un pase de Marcel hacia el segundo palo halló al propio Lino y descontó. No supo Argentina defender la movilidad de su adversario y no lo pagó una, sino dos veces. De nuevo una jugada calcada, seis minutos después, dio al traste con todas las oportunidades locales de alargar el marcador. Las piernas pesaban por el desgaste de contención y nadie siguió a Felipe, que consiguió el empate y mandó todas las ilusiones a la prórroga.

No parecía un escenario idóneo al consumarse la remontada, desde luego, para toda la hinchada argentina, que seguía creciendo con sus gargantas fundidas. El cansancio fue demasiado, en todo caso, y aquello se notó.

Stazzone tuvo la intención de disparar a puerta y sus expectativas salieron dobladas al golpear la pelota en Marcel. Le salió un autopase al brasileño y en el horizonte sólo vio a Sarmiento, al que superó con una pisada y puso en ventaja a los suyos. Ese gol había que sumársele a las dos asistencias anteriores. Era el principio del fin, cuando a poco más de 40 segundos para la conclusión Arthur puso el resultado final y acalló a todo el pabellón, que sintió como si cayera al vacío.

La historia se repitió y Brasil fue campeón de América una vez más, la décima, quizá en el torneo más mediático de los organizados. No había chances de ver a otro vencedor que no fuera uno u otro, y la mejor definición de los pentacampeones del mundo pesó más que la de los primerizos. La octava final en ocho torneos desde que Giustozzi está en el banco no quedó como la de Colombia y los argentinos quedaron en el segundo escalón, aunque orgullosos de todo lo que generaron, pues el fútbol sala en su país se ha expandido por todos los rincones.



Antonio Pulido Casas

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