Su herida golpead de vez en cuando; no dejadla
jamás que cicatrice: que arroje sangre fresca a su dolor, y eterno viva en su
raíz el llanto y si se arranca a volar, gritadle a voces su culpa: ¡qué
recuerde! Si en su palabra crecen flores, nuevamente, arrojad pellas de barro
oscuro al rostro; pisad su savia roja.
Talad, talad, que no descuelle el corazón de
música oprimida. Si hay un hombre que tiene el corazón de viento, llenádselo de
piedras y hundidle la rodilla sobre el pecho. (Pero hay que tajar noche -tajos
de luz- para llegar al alba y acuchillad los muros de las heridas altas y
ametrallar las sombras con la vida en las manos sin paz, amartillada).
Tengo más vidas que un gato: me muero siempre,
y me mato un poco cada vez que muere cualquiera de mis hermanos: la hierba,
ratones, las tías, los gitanos, los peces, los pájaros, los invertebrados, las
moscas, los niños, los perros, los gatos, la gente, el ganado, los piojos que
mato, los bichos salvajes, los domesticados, y que pena, si muero, de los pobres
gusanos.
Tú arranca: yo oigo gritar a las flores. Allá
tú con tu conciencia, yo soy cada día más malo; estoy perdiendo la paciencia.
Tú arranca, yo aprendo como aguilucho. Vuelo a
un mundo imaginario… (No puedo seguir: escucho los pasos del
funcionario).
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