En agosto de 1942, un grupo de prisioneros del Ejército Rojo forjó con letras de fuego la máxima expresión de los valores más preciados del hombre. Su única arma fue el fútbol; su munición, el honor, la dignidad, el orgullo, el coraje y el respeto por sí mismos. Un espíritu de lucha arraigado en los cimientos más sólidos de este noble deporte y de la propia vida. Sesenta y nueve años después, sería injusto concluir que el precio por aquello fue la muerte. Por encima, incluso, de eso, el verdadero precio fue la eternidad.
El 19 de septiembre de 1941 Kiev fue ocupada por el ejército nazi. El hambre y el frío recorrían la ciudad junto a los miles de refugiados y prisioneros que deambulaban por sus calles. Entre todos ellos se encontraba Nikolai Trusevich, que había sido portero del Dinamo de Kiev hasta aquel entonces.
Entre los dramáticos laberintos de la mortecina ciudad, Josef Kordik, panadero de origen alemán, reconoció a su ídolo. Desafiando las normas que impedían contratar a los prisioneros, Kordik se las ingenió para darle trabajo a Trusevich en la panadería estatal número 3 de Kiev como barrendero y le alentó a encontrar al resto de compañeros del equipo, del que se confesaba acérrimo seguidor.
De esta manera, Trusevich consiguió reunir a 8 compañeros más del Dinamo de Kiev: Mykola Trusevych, Mikhail Svyridovskiy, Mykola Korotkykh, Oleksiy Klimenko, Fedir Tyutchev, Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko y Makar Goncharenko. Completaron el equipo, 3 futbolistas del Lokomotiv: Vladimir Balakin, Vasil Sukharev y Mikhail Melnyk.
No obstante aquel pequeño triunfo no fue suficiente para el panadero. Kordik había logrado reunir a varios de sus ídolos, a grandes jugadores cuya carrera había quedado truncada por la guerra pero ¿qué podía hacer un equipo de fútbol, sino jugar al fútbol?
Y en aquella panadería, en medio de la devastación y la desesperanza, sumidos en la automática rutina de quienes no esperan nada, empezó a forjarse la leyenda; el mito de unos hombres que supieron encontrar una chispa de esperanza y volcarla en su gran pasión, el fútbol.
Tras la desaparición y restricción del Dinamo de Kiev como tal, los jugadores dieron al equipo un nuevo nombre: el F.C Start.
En inglés el término "start" significa "comienzo" y efectivamente, aquel fue el comienzo de algo más que un equipo de fútbol, la idea que muchos necesitaron para empezar a creer en algo más allá de aquello que apresaba sus sueños y sus esperanzas, algo que sin embargo, sí empezó sobre el verde de un campo de fútbol.
El 7 de junio de 1942, disputaban su primer encuentro en la liga local frente al Rukh; una liga dirigida por el colaboracionista Georgi Shvetsov, un exjugador de fútbol e instructor deportivo. Pese a la horas de trabajo nocturno en la panadería, la desnutrición y el pésimo equipamiento con que contaban, el Start venció por 7 goles a 2.
Su siguiente partido les enfrentó a una guarnición húngara el 21 de junio. En idénticas condiciones, volvían a golear por 6 a 2.
A partir de aquel momento el Start jugó contra varios equipos militares, todos ellos partidos con idéntico guión:
-12 de julio, Equipo de Trabajadores del Ferrocarril Militar: 9 - 1
-17 de julio, PGS (Alemania): 6-0
-19 de julio, MSG.Wal (Hungría): 5-1
-21 de julio MSG.Wal (Hungría): 3-2
El enstuasiamo de aquellos futbolistas y sus victorias sobre las diferentes guarniciones militares (algunas de ellas alemanas) empezó a ser conocida en la ciudad. No obstante la fama del Start crecía al mismo ritmo que el recelo de los alemanes, pues las goleadas de aquellos jugadores llevaban implícito algo más que un resultado futbolístico.
Por aquel entonces, el dominio germano en Europa era indiscutible. Las tropas de Hitler se extendían de forma implacable arrasándolo todo a su paso. Sin embargo, en aquel pequeño rectángulo delimitado por 4 líneas de cal, los alemanes sucumbían como uno más frente a aquel equipo casi desconocido.
Pronto el Start se convirtió en la bandera de la esperanza, la ilusión y una pequeña resistencia frente a la barbarie nazi. Allí la hegemonia era de otros y el ejército alemán no podía permitirlo. Con el objetivo de demostrar también su superioridad sobre un terreno de juego, los germanos conformaron un equipo con miembros de la Luftwaffe , la fuerza aérea nazi, el Flakelf.
El partido se disputó el 6 de agosto y pese a las patadas de los jugadores alemanes, el Start se hizo con una escandalosa victoria por 5-1. Aquello supuso un mazazo definitivo para los soldados teutones y lejos de aceptarlo o resignarse, preparon una encerrona que tuvo el efecto contrario al que inicialmente pretendieron.
El partido de la muerte
El Flakelf fijó el partido de la revancha para el día 9 de agosto. Un encuentro lleno de condicionantes y con un fin inesperado o quizás, no tanto.
Antes del inicio del partido, un oficial de las SS se personó en el vestuario del Start para dar instrucciones: "Soy el árbitro, respeten las reglas y saluden con el brazo en alto".
Ya sobre el terreno de juego, el equipo saludó con el brazo en alto, justo antes de llevárselo hasta el pecho y sustituir el "Heil Hitler" por un "Fizculthura", un eslógan soviético que proclamaba la cultura física. Pese a la dureza del rival y a empezar perdiendo, el resultado al descanso era de 2-1 favorable al Start. Esto ocasionó otra visita al vestuario para advertir acerca de las consecuencias si el partido concluía con la victoria en el bando ucraniano.
Pese al miedo y las dudas iniciales entre los jugdores, la consigna fue clara: Salir al campo y vencer. Había mucho más en juego que el resultado de un partido de fútbol. Los rostros ilusionados de todos aquellos que en la grada veían reflejado en los jugadores del Start el espíritu de una rebeldía que clamaba por todo aquello que se les había arrebatado, un pequeño soplo de libertad y el valor de once hombres que lo gritaban por todos aquellos que no se atrevían. No podían fallarles a ellos y no podían fallarse a sí mismos.
El encuentro concluyó con la victoria del Start por 5 goles a 3. Ya con este resultado en el marcador, el delantero Klimenko se quedaba solo en un mano a mano frente al portero germano. En un claro gesto de desprecio, dio media vuelta y chutó el balón hacia el centro del campo.
Pese a la aparente normalidad con la que todo terminó, los nazis cumplieron sus amenazas.
El primero en morir torturado fue Kortkykh. Los demás arrestados fueron enviados a los campos de concentracion de Siretz, acusados de espionaje. Allí mataron brutalmente a Kuzmenko, Klimenko y al arquero Trusevich, que murió con su camiseta puesta. Goncharenko y Sviridovsky, que no estaban en la panadería, fueron los únicos que sobrevivieron, escondidos, hasta la liberación de Kiev en noviembre del 43. El resto del equipo fue torturado hasta la muerte.
Hoy, en las escalinatas del museo del Dinamo de Kiev un monumento saluda y recuerda la hazaña de aquellos hombres.
Invita a una profunda reflexión la comparativa entre un fútbol donde un simple maletín es capaz de doblegar la voluntad de un hombre, frente a la de aquellos que no titubearon, tan siquiera, ante a la muerte.
De los héroes, como de la rosa, sólo nos quedan los nombres.
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