Movistar Inter 4-7 Jaén Paraíso Interio || El equipo de Dani Rodríguez consigue la segunda victoria en la historia del club jiennense ante los madrileños —la primera fue hace un cuarto de siglo— y rompe cualquier expectativa previa con una pegada enorme. Se comportaron como un grande. Los azules pierden el liderato con un juego irreconocible y con una desesperación propia del que sueña con Dídac hasta cuando se mira en el espejo (fotografías: Pedro Jesús Chaves/Jaén FS).
La tarde no invitaba al optimismo. Era un domingo por la tarde, cuando generalmente uno sólo tiene ganas de tumbarse en el sofá y cambiar de canal constantemente. Molesta hasta los rayos de sol que entran por la ventana, por eso acostumbramos a bajar las persianas para sentirnos a solas con el televisor. Imagínense haber tenido que viajar fuera de casa, con el agravante consiguiente de tener que correr unas dos horas tras la pelota y con un ogro que, si ya tiene ganas de destrozarte en condiciones normales, venía con la bilis fuera después de que otro ogro (este cojo y tuerto) le hubiera hecho polvo. Todos los indicativos apuntaban a que el Jaén terminaría en la lona y con cardenales en la piel, pero tras los 40 minutos reglamentarios fue el único que se tuvo en pie. Y lo vieron en la tele.
Aunque eso no lo sabíamos cuando empezó el encuentro. El guión original decía que debía el Inter resolver cuanto antes el recuerdo de lo que ocurrió en el Palau, y en eso se puso desde el primer momento, avasallando la meta de Dídac como si las camisetas blaugranas fueran desapareciendo a cada ocasión. El portero catalán sobrevivía al vendaval de ocasiones, mientras sus compañeros, aunque serios y erguidos, no defendían con eficiencia las jugadas de estrategia rivales. En una de esas, Ortiz enganchó una volea que halló a Ricardinho en el segundo palo. El gol del portugués daba aire y alivio a los madrileños, que se veían de nuevo en la primera posición. Los andaluces no estaban arrodillados, pues gozaban de alguna que otra ocasión e incluso un palo al que remató Javi Alonso. Tiraron de paciencia y elaboración, es decir, de su propia esencia, para resurgir. En una de esas jugadas en las que se abre la pista como el océano comenzó a triangular el conjunto amarillo hasta que Dani Martín pudo encarar a Ortiz, al que superó con un caño, se apoyó en Chino y embocó a puerta vacía. Una típica jugada en La Salobreja. Empate merecido.
El salmantino llevaba minutos molestando a la defensa interista. Cuando no estaba él, Solano o Mauricinho hacían el trabajo de desgaste robusto. Fueron los mejores minutos del Jaén, con rigidez y concentración, como si trasladaran las dudas a su oponente, un poco más errático en sus decisiones. El local necesitó que Humberto se emparejara con un cuerpo visiblemente más frágil, el de Javi Alonso, para ganar la batalla. El brasileño se retorció en la frontal del área para derribar a su par y ajusticiar a Dídac. Subió un punto al casillero de su equipo y lo celebró con rabia, pues el pívot lo necesitaba como el comer, al menos para sentirse poderoso. Este golpe moral no aminoró a los visitantes, que se mantuvieron firmes en su mentalidad. Álex no estaba allí de espectador, por lo que tuvo que esforzarse en alguna ocasión para que la igualdad no volviera al marcador. Al menos, retrasarla. Lo pudo hacer hasta el descanso.
El intermedio pareció avivar a los jiennenses. Visto el partido, la tarde no estaba para desgastar los botones del mando a distancia, y crecían las posibilidades de rascar alguna cosa de la despensa del líder. Abrió la puerta y en un disparo lejano de Chino, que pasó entre unas mil piernas y toco alguna, el balón se coló debajo del sobaco de Álex, que vio con angustia cómo su esfuerzo era en balde. Al poco tiempo, cuando el Inter había apretado un poco más, Solano robó una pelota y fue enfilado, como si un bisonte viera una presa, hacia la portería. Se fue escorando poco a poco y la sensación de peligro se aminoraba hasta que sorprendió con un chut que quemó la red. Esa acción me recordó a que hace unos días, en La Salobreja, vi a un hombre con una camiseta amarilla y serigrafiada con el siguiente nombre: Solanimovic. Quizá se quedó corto el aficionado. Lo cierto es que aquello puso nervioso al Jorge Garbajosa, donde sólo había ganado el Barça en los 13 partidos anteriores (en otras palabras, la pista que menos puntos había visto volar).
El ambiente era extraño. ¿Y si de verdad habría afectado la derrota en Barcelona? Acostumbramos a concebir a los deportistas como robots, pero quizá los interistas estuvieron tan pendientes de borrar su actuación allá que olvidaron que tenían enfrente otro compromiso. Y no lo vieron hasta que le dieron de morros. Los disparos lejanos evidenciaban que en el equipo de Jesús Velasco comenzaba a crecer la desesperación. Era un síntoma inequívoco de ansiedad, de que por su cabeza pasaba de todo: la pérdida del liderado, la lesión de Gadeia en la primera parte, la Copa de Europa (esa obsesión), la hipotética segunda derrota consecutiva. Estaban desconectados. Lograron empatar gracias a que Daniel marcó en una jugada embarullada, pero un minuto después Chino cortó un pase —en apariencia sencillo— de Ortiz y volvió a adelantar a los amarillos. Pareció que el cumpleaños de Dani Rodríguez trajo consigo un regalo del que carecían el resto de la temporada: pegada. Tuvieron un porcentaje de precisión altísimo ante el rival más oportuno. E insisto, con la tele de por medio.
Los amarillos levitaban con el triunfo momentáneo en la cancha más inesperada. Hacía 25 años de la primera (y única) victoria de los jiennenses ante el Inter. Estaban ante la oportunidad más clara de renovarla. Ahí apareció Dídac para salvaguardarla. Rechazó todo lo que le llegó y volvió a demostrar que es una de las piezas más importantes del esquema jiennense. Lo es casi todo. Lo es para que sus compañeros brillen. Asedió el Movistar Inter sin suerte hasta que decidió usar a Daniel de portero-jugador. Quedaba mucho. Más de cinco minutos. Y en la primera falló. Un rechace le llegó a Mauricio y disparó. La bola parecía entrar, pero un bote previo provocó que el larguero la escupiera. Sin embargo, Solano fue en busca de ella porque fue el primero que creyó en un momento donde la fe tenía el precio por las nubes. Compró acciones y se la llevó al devolver la pelota a su sitio. Daniel no lo vio venir.
Fíjense hasta qué punto enterró el Jaén los fantasmas de la ineficacia de cara a puerta y la irregularidad a domicilio que hasta un rebote halló gol. Concretamente el balón impactó en Campoy, que involuntariamente vio cómo fue recorriendo la pista hasta entrar. Estaba hecho, a pesar de que Darlan recortó distancias en la destensión del momento, pero no cerrado. El resultado final se detendría en un 4-7 cuando Boyis se fue hacia el arco contrario cuando robó otra pelota. La acompañó como si fuera su hija y la posó sobre la red. Más tarde fue a agradecer a la afición desplazada a Torrejón de Ardoz su apoyo. Un premio para un tipo excepcional en una temporada estratosférica. Ahí acabaron las tropelías del Jaén en casa del líder.
Fue un planteamiento colectivo tremendo. El Inter se vio irreconocible en propia casa —ya destrozada— se infló de dudas en el pero momento del año, con un parón por selecciones que invita a la reflexión y con el Kairat Almaty, anfitrión de la Final Four, esperándolo con las garras manchadas de sangre. Encima, el Barça se puso líder. Mientras tanto, el Jaén Paraíso Interior —el actual— completa la nómina de grandes que le faltaba. Ya ganó al ElPozo Murcia y al FC Barcelona en 2015, y le faltaba el retrato del Inter. Este domingo lo consiguió. Y en la tele.
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